Es un artículo que tengo enmarcado y colgado junto al ordenador.
Su título "¡LOS MAESTROS, ESTÚPIDO!"
Es un artículo que tengo enmarcado ... |
Ha llovido desde entonces, pero parece que esto no mejora ...
Ha llovido desde entonces ... |
Aquí os lo dejo:
¡ LOS MAESTROS, ESTÚPIDO !
En la pasada campaña presidencial americana, algún asesor sin complejos (ni mucha fe en la capacidad intelectual de los candidatos) optó por agobiar a su pupilo mostrándole en debates y mítines un cartel que amonestaba así: “¡La economía, estúpido!”. Para que no se entretuviese en temas irrelevantes como la conducta erótica de Murphie Brown o la ortografía correcta de la desconcertante palabra potato... El lema ha hecho escuela y hoy suele ser parafraseado cada vez que se intenta recordar a la autoridad política (quitemos al epíteto su ofensivo matiz personal) cualquier cuestión de interés prioritario postergada a esas urgentísimas minucias que obsesionan a las administraciones públicas. Si a mí se me concediese la improbable ocasión de avivar de tal modo las neuronas de algún preboste, pondría gustoso bajo sus narices un tarjetón que rezase como el título de este articulillo que tienen ustedes el descuido de estar leyendo.
Empecemos por el principio. En cuanto se plantea alguna de las deficiencias sociales de ciertos grupos juveniles que más parecen preocupar a los ciudadanos (intolerancia, propensión a la violencia, apatía política, abuso de drogas, rechazo de la lectura y fijación en la tele, etcétera), siempre se llega antes o después a la misma conclusión: deben ser prevenidas desde la escuela, son cuestiones de educación. De acuerdo, aunque... ¿quién educa en la escuela? Los maestros. Si tanta es la responsabilidad de este colectivo, podríamos suponer que también se les reconoce en igual medida su importancia y su mérito. Pero no es así. Los maestros están mal pagados y su acatamiento social es muy bajo: poquísimas veces se solicita su opinión en los debates de televisión o de radio ni tampoco solemos leer artículos firmados por maestros en los periódicos. Cuando alguien declara públicamente que es maestro se le mira con cierta condescendencia, y en el fondo hay quien piensa: “¡Pobre, no ha llegado muy lejos!”. ¡Como si hubiera alguna magistratura más alta! ¡Como si licenciados, doctores o catedráticos (y literatos, periodistas, directores de cine, artistas, etcétera) no fuésemos literalmente maestros de segunda, es decir, maestros de un segundo turno que nada puede hacer si no han trabajado bien los del primero y esencial!
Perdonen que me ponga altisonante: estoy convencido de que el verdadero “tema de nuestro tiempo” es la educación, y sobre todo la educación básica, los primeros años. Ser humanos no es una fatalidad biológica, sino un entrenamiento social: son los maestros los encargados de transmitir y, por tanto, conservar la alegría, la perplejidad y la disciplina que configuran a la humanidad. En esta tarea nos representan a todos en mayor medida que los políticos, porque el futuro depende mucho más de los maestros que de los ministros. Y sin embargo, la opinión pública se preocupa más de cualquier cambio de Gabinete que de lo que ocurre en las aulas.
Tenemos que volvernos hacia los maestros. En nuestra historia reciente fueron exaltados por los republicanos y fusilados por los franquistas. Todos hemos reído amargamente con el “florido pensil” de la antieducación dictatorial bosquejado con talento por Andrés Sopeña, pero quizá hoy mismo nuestro desinterés esté propiciando perversiones semejantes inspiradas por el nacionalismo, el integrismo o la productividad a ultranza. No podemos abandonar socialmente a los maestros en su tarea, de la que depende todo lo que realmente importa. La convivencia democrática se defiende o se pierde en las escuelas.
Fernado Savater.
mi colegio ... |
seguro que también te acuerdas de tu maestro ... |
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